jueves, 25 de abril de 2013

RECUERDO OTOÑAL....

“En aquel tiempo en que los ríos eran ríos,
  Y dar un beso era una muestra de cariño…”
                                   Joaquin Carbonell


La tarde invitaba al paseo. La lluvia caída estos días, aunque no mucha, ha acelerado el avance del verano. La monotonía del color verde ha sido sustituida por los múltiples tonos ocres que en todo su esplendor me  ofrece el viejo cauce de nuestro desviado Guadalope.
No he podido resistirme a la tentación y, con un ejemplar de “La lluvia amarilla” bajo el brazo he iniciado mi paseo. Confieso mi debilidad por pasear cuando el suelo, cubierto de hojas, se convierte en un lecho mullido por el que tienes la sensación de deslizarte. Y hoy el viejo cauce del Guadalope me brindaba esa posibilidad.
Y por ese cauce paseaba contemplando el cumulo de basuras de todo tipo que, como prueba de nuestro abandono, lo convierten realmente en un vertedero de basuras cuando de repente
¡¡Pssssssst, psssssssst….!!
He mirado detrás, delante… a derecha e izquierda… pero nadie había al alcance de  mi vista.
Y de nuevo:
¡¡Pssssst, psssssst….!!
Y  ahora sí. He mirado a mis pies y allí, justo entre un envase de plástico de Lejía El Conejo que flotaba en el cenagal que es el agua y los restos de un cochecito niño la he visto. Era una rana.
Una rana pequeña. De ojos saltones. Como las había a centenares cuando las aguas del Rio Guadalope discurrían por ese cauce limpio.
Todavía no se por qué, pero me he sentado cerca de ella. De verdad que me han entrado ganas de preguntarle:”Que hace una chica como tú en un lugar como este”.
Pero no me ha dado tiempo y ha sido ella la que ha iniciado la conversación.
-Que asqueroso es este lugar ¿no?
- Ahora si-le he contestado- pero hubo un tiempo en que era un lugar precioso
- ¿De verdad? ¿Por qué no me lo cuentas?
Fue hace mucho tiempo. Yo, a quien ves con el pelo plateado por el paso de los años, era un muchacho joven. Mis pocos años de vida habían transcurrido en la ribera de este rio. Justo aquí encima. En esa torre que se adivina entre los árboles y en la que sigo viviendo.
Y por este cauce que ahora te parece asqueroso, y no te falta razón, donde las aguas son fétidas  y los residuos urbanos se amontonan por todos lados, discurría un rio alegre. El Rio Guadalope. Venía desde los montes de Teruel y se deslizaba cantarin a encontrarse con el padre Ebro un poquito más abajo de donde ahora estamos.
Recuerdo las noches de verano. Cuando, desde mi cama , esperaba el sueño escuchando el fragor del agua que  se mezclaba con el croar de multitud de compañera tuyas que vivían en este cauce disfrutando de sus aguas cristalinas, entre los juncos y la vegetación propia de este tipo de humedales.
Justo ahí, donde ves ese rollo de mangueras negras abandonadas y esas bolsas de basura, comenzaba una frondosa alameda cuyo frescor buscaba yo en las tardes del caluroso estío para viajar a través de la lectura lectura a esos países  que solo la imaginación nos permitía visitar .

Y un poco más arriba, justo frente a donde hoy esta esa horrible instalación mecánica que los hombres utilizamos para llenar de cemento todo nuestro mundo, estaba  “la canilla”. No me preguntes  de donde le venía su nombre, nunca pude saberlo. Pero era una zona que tenía una poza donde la profundidad, escasa antes y después, permitía nadar. Y lanzarse de cabeza. Yo nunca lo hice porque nunca aprendí a nadar. Por eso me conformaba con “pisar” el agua.
De repente me ha interrumpido:
-          Me interesa mucho lo que me estas contando, pero tengo que volver al agua. Mi piel necesita humedecerse de nuevo
-          De acuerdo – le he dicho – Si  algún dia volvemos a vernos seguiré contándote cosas

Y… ¡Chooop ¡se ha lanzado de nuevo a las cenagosas aguas entre una lata de cerveza San Miguel y una bolsa de plástico de Intermarche.
Yo he seguido mi camino prometiéndome volver mañana, y seguir contándole, si la vuelvo a ver, la historia de lo que  fue lo que hoy solo  es un viejo y degradado cauce de un rio al que un día, en aras del  llamado progreso, se le impidió seguir siendo el espejo donde se reflejaban las ruinas de un castillo en el que, allá por el siglo XV, se impuso, por vez primera en la historia, la fuerza de la   razón a la de las armas.
He llegado hasta el parque de “Entrepuentes” y allí, sentado en un banco, he abierto “La lluvia amarilla”:
“Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto estará, seguramente, comenzando a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y desecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerzas a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de lo que, en tiempos, fuera (antes de aquel incendio que sorprendió durmiendo a l familia entera y a todos sus animales) la solitaria Casa de Sobrepuerto”
Salud y reflexión



No hay comentarios:

Publicar un comentario