“Alegrémonos pues,
Mientras seamos jóvenes,
Tras la divertida juventud
Tras la incómoda vejez
Nos recibirá la tierra”
“Gaudeamus igitur”.
Recuerdo
perfectamente la primera vez que crucé el umbral de aquel viejo edificio y
accedí a aquel claustro, que me pareció enorme, que olía a piedra y humedad,
olor que si cierro los ojos todavía puedo recuperar, y que estaba presidido por
una imagen de la Virgen del Pilar.
Fue en Abril de
1954 y yo iba a realizar mi examen de Ingreso para el Bachillerato.
Puedo volver a
sentir los nervios que me atenazaban ante aquel examen que, de alguna manera,
podía marcar mi futuro. Lo aprobé y en el curso 1954/55 comencé mi Bachillerato
Elemental.
El Colegio
Nuestra Señora del Pilar se convertiría durante seis años en el lugar donde
viviría el tránsito de la infancia a la adolescencia y de ésta a la primera
juventud. Y donde transcurriría la mayor parte de mi vida de aquellos años. No
debemos olvidar que entonces los horarios eran de ocho horas de lunes a viernes
y de seis los sábados.
El viejo, y
enorme, estudio que hoy llamaríamos “sala polivalente” pero que entonces era
simplemente “el estudio”. La “clase”, entonces todavía no las llamábamos aulas
sino simplemente “clases”, de Filosofía e Historia en cuyo suelo existía una
puerta misteriosa que daba acceso a un no menos misterioso pasaje sobre el que
circulaban muchas leyendas.
La “clase” de Matemáticas, Física y Química;
la de F. E. N, que acabó convertida en gimnasio (unas espalderas y una cuerda
para trepar era todo su equipamiento); la de Ciencias, junto al despacho del
Director; lo que “pomposamente” llamábamos “el laboratorio”, que hoy no pasaría
de ser calificado como de trastero; y, por supuesto, el patio de recreo. Todo
esto constituía el Colegio Nuestra Señora del Pilar.
En este espacio
físico convivíamos muchachos y muchachas. Con el paso del tiempo supe la
importancia que tenia esta convivencia mixta en aquellos años, desde los 10,
primero de Bachillerato elemental, cuatro cursos, hasta los 16 y 17 de los que finalizábamos
el Bachillerato Superior, dos cursos más, y finalizaban su estancia en el
Instituto. Esta diferencia de edad propiciaba numerosas situaciones que hoy
serian calificadas como de acoso escolar pero que entonces no revestían ninguna
importancia.
Todas las
clases, incluido el “estudio”, tenían en común su “vejez”. Su mobiliario había
servido ya para varias generaciones de alumnos que habían ido dejando grabados
en él sus nombres y apellidos. Eran tiempos en que todos llevábamos navajas en
nuestra cartera y no pasaba nada. A nadie se le ocurría pensar que una navaja
servía para algo más que sacar “punta” al lápiz, grabar nuestras iniciales en
la mesa, o las de alguna chica en la corteza tierna de un árbol.
Recuerdo
perfectamente el olor a leña y humo que invadía las clases cuando las viejas
estufas intentaban paliar, aunque no lo consiguieran en exceso, nuestros fríos
inviernos. Estufas alimentadas por las entrañables figuras de los “bedeles”.
Los bedeles, recuerdo a Pallarés, Ballabriga, Bielsa…, eran jóvenes a quienes
se les permitía la asistencia a clase de forma gratuita -el colegio era de
pago- a cambio de realizar las labores de “mantenimiento”. Y entre sus
funciones estaban, en invierno, el encendido y mantenimiento de las estufas.
Eso suponía que estos “bedeles” debían estar a
las ocho de la mañana, cuando los demás todavía remoloneábamos para abandonar
el cálido refugio de nuestras camas, en el Colegio y encender las estufas para
que cuando, a las nueve, llegáramos los alumnos de“pago” las clases estuvieran calientes.
Y en aquel
Colegio Nuestra Señora del Pilar, conocido popularmente como “el Instituto”,
fuimos, durante seis años, formándonos. A ello contribuyeron un esforzado grupo
de profesores: el Sr. Campos, el director y dueño y señor de las Matemáticas,
la Física y Química y las Ciencias; el Sr. Alloza, que enseñaba Literatura,
Latín, Griego, Francés…la señorita Goyita, que nos enseñaba Filosofía e
Historia, y Octavio Jover, Jefe de Falange en Caspe, que era nuestro profesor
de Formación del Espíritu Nacional y de Gimnasia. Y un recuerdo aparte para D. Julián
Ruiz Martínez. Fue míprofesor de
matemáticas y física durante los dos primeros cursos. Lo apodábamos “Chanca”.
La razón era su enorme parecido, tenía rasgos orientales, con el líder
revolucionario chino Chang Kai Shek al que conocíamos por las películas americanas y los
tebeos de “Hazañas Bélicas”. Era un magnifico profesor al que una decepción
amorosa hizo marchar de Caspe. En Zaragoza abrió una perfumería, RUY-MAR, al
lado del Mercado Central y se dedicó a pasear por Zaragoza.
Todavía ahora lo
veo muchas veces paseando y manteniendo el mismo porte que siempre le caracterizó.
A este grupo de
profesores “fijos” se sumaban padres franciscanos que solían impartir clases de
Religión, aunque en ocasiones algunos de ellos, si su formación era más amplia,
impartían alguna otra asignatura. De mi época recuerdo al Padre David, un
valenciano muy gracioso, al Padre Lorenzo, y sobre todo al Padre Gabriel
Francés, persona inteligente donde la hubiera. Y también uno de los mayores "cabrones" que he conocido.
Y en ese viejo
Colegio, y con estos profesores, nos fuimos formando durante seis años. Vivimos
experiencias inolvidables. Nos enamoramos, al menos eso nos parecía, por
primera vez . Y sufrimos también las primeras decepciones.
A los nervios de
los exámenes sucedía la satisfacción por los resultados obtenidos, y poco a
poco nuestro bagaje cultural y de valores iba aumentando.
Disfrutamos de
aquellas maravillosas, a mi me lo parecían, fiestas de Santo Tomas de Aquino.
Tres días de juegos, actividades culturales, excursiones al paraje de El Vado y
que culminaban en el escenario del Circulo Católico con la puesta en escena de
una obra de Teatro de “verdad”. La representaban los “mayores”. “Los Amantes de
Teruel”, “El burgués gentilhombre”, “Cuando las Cortes de Cádiz”…. son títulos
que el hoy derruido Círculo Católico vio interpretar, en su viejo escenario de
la tercera planta, por aquellos alumnos del Colegio Nuestra Señora del Pilar.
Y un día,
después de seis años, abandoné el viejo colegio. Habíamos entrado siendo niños
y lo abandonábamos siendo jóvenes que debíamos enfrentarnos a nuevos retos para
los que, a lo largo de aquellos años, se nos había ido preparando. Atrás
dejábamos alegrías, tristezas, ilusiones, decepciones, compañeros, amigos,
profesores.... que habían formado parte de nuestra vida a lo largo de aquellos
años.
Recuerdo
perfectamente aquel día de Junio de 1960 en que, con mi libro escolar en la
mano, crucé por última vez aquel umbral que seis años antes había traspasado
con los nervios atenazándome el estomago. Eché una última mirada al claustro.
Ni el claustro ni la imagen de la Virgen
del Pilar me parecían ya tan grandes como seis años antes. Y es que, aunque el
claustro y la imagen eran los mismos, yo ya no era aquel niño que acudía a
realizar su examen de ingreso.
Había crecido, me había formado,y ante mí se
abría una nueva etapa de mi vida. Creo que, de alguna manera, al encontrarme en
la calle me sentí desamparado.
Y en estos años
hubo castigos. Hubo bofetadas, porque entonces las pegaban. Hubo broncas… en
fin muchas cosas que hoy pueden
escandalizar. . . Pero el paso del tiempo ha ido cambiando la percepción que
entonces pudiera tener, y hoy, lo digo sinceramente, creo que en aquellos años
y, por encima de los latines, griegos, Matemáticas etc ,
aprendí a valorar la cultura, la formación, el respeto a los demás… esos
conceptos que, en mi opinión, puedo estar equivocado como tantas veces en mi
vida, significan la verdadera libertad. Y eso es lo que prevalece en mi
memoria.
El viejo Colegio
dejó de cumplir un día los fines para los que durante años y años había
servido. Un nuevo y moderno Instituto vino a sustituirlo. Durante un tiempo
todavía suplió los déficits de plazas para la nueva EGB hasta que quedó en
situación de abandono. Cuando pasaba por allí me gustaba entrar al patio de
recreo y mirar a través de las
viejas ventanas el interior abandonado de las clases.
Y por un momento
imaginaba al Sr. Campos explicando en la pizarra el teorema de Tales, al Sr.
Allloza hablándonos con entusiasmo de Valle Inclán, o a la señorita Goyita, a
quien por cierto solo logro imaginar vestida con un traje de chaqueta marrón a
cuadros, hablándonos
de Platón.
Pero un día
decidieron rehabilitar -esta palabra fue la que usaron- el viejo Colegio de
Nuestra Señora del Pilar. Y ese fue el final de mi viejo Colegio. Mi viejo
Instituto. Lo destrozaron. Hoy ya nada me lo recuerda. Solamente sus puertas que
siguen ahí permanentemente cerradas. Y que ya nunca volverán a abrirse para que
otros niños con diez años las crucen para examinarse de ingreso para el
Bachillerato Elemental. Como hice yo aquel lejano 1954.
Confieso que no
perdonaré nunca a los responsables de aquella ¿rehabilitación?
Salud y reflexión
Mi entrada en el instituto fue en 1963, tre años mas tarde de cuando tu finalizases tu bachillerato, la verdad es que tu fotografía del insti.... no varió nada a mi entrada y permanencia en el mismo, mismas clases, mismos profesores, la misma misteriosa puerta de madera en el suelo, aquel claustro parecía inmenso y donde alguna vez me toco estar de cara a la pared intentando como un camaleón pasar desapercibido para que no me viese el sr. Campos o la verguenza de ser comtemplado por otros compañeros, el timbre solia ser el final del castigo, bueno se incorporo la señorita Callao y la Goyita tambien nos daba dibujo. Javier Oliver.
ResponderEliminarHola Joaquín, también recordarás que íbamos a examinarnos a Reus, creo que era el Instituto Gaudí. Caralsol en el patio con el Sr. Jover y misa. Cuando representamos Las Cortes de Cadiz me acuerdo que nos pintaron con un corcho quemado las patillas y el bigote.
ResponderEliminarHace muchos años me encontré con la Sta. Goyita en Zaragoza, pero hace muchos años.
Te he visto en internet y te recuerdo, también recuerdo a Pepe Catalán, que entró a trabajar a la Caja de Ahorros de Z.A.y R..
Yo soy Raimundo Toledo, que tenía mi padre una alpargatería en la C/ Jose Antonio . Luego cuando la Enher hizo el embalse contrato la sacada de arboles de lo inundable, también hacía cañizos en un terreno de Loren en la carretera de Chiprana.
De Caspe fuí a la mili a Canarias y mientras mis padres compraron un piso en Logroño y a mi regreso de la mili ya me vine a Logroño donde he vivido hasta ahora. Tengo dos hijos y dos nietos. El hijo vive en Valencia y la hija aquí.
Compramos un apartamento en Santa Pola y estamos allí la mayor parte delaño desde que me jubilé hace tres ( tengo 68).
Al leer tu relato me ha entrado una gran emoción pues me ha hecho recordar unos tiempos muy intensos. También recuerdo cuando ayudábamos a ehar el cine en el colegio. ¿ Recuerdas a Conejero que era o es hijo de guardia civil. ! QUE EMOCION ! Ha sido impagable. Recibe unafectuoso saludo de
Raimundo Toledo Melero ( raytoledo2@gmail.com )